En 1928, la sangre, corría, por las bananeras
Esta es la historia
De un bautizo de sangre
De la clase obrera
Un hecho marcado
Para toda la vida
Norteamericanos empezaron con la explotación
Oil company y fruit company
Desangraron a toda la nación
CORO
De sangre crece el banano
Siguen masacrando a tu hermano
Unamos nuestras manos
para que su lucha su lucha
su lucha no sea en vano
Solo un pliego pidieron
Una mejor vida querían
Solo plomo obtuvieron
De su sangre, los dólares crecían
Cortez asesino,
Condecorado por el presidente
Por bañar sus manos
en la sangre de nuestra gente
CORO
Amigo obrero y tu campesino
No te quedes parado mirando el camino
Construye tu historia
al lado de tu hermano
Labrando tu destino
Levanta tu puño contra el asesino
CORO
De sangre crece el banano…
Por LUAN.
Cuando sonó la trompeta, estuvo
Todo preparado en la tierra
Y Jehová repartió el mundo
A Coco-Cola Inc., Anaconda,
Ford Motors y otras entidades:
La Compañía Frutera Inc.
Se reservó lo más jugoso,
La costa central de mi tierra,
La dulce cintura de América.
Bautizó de nuevo sus tierras
Como "Repúblicas Bananas",
Y sobre los muertos dormidos,
Sobre los héroes inquietos
Que conquistarón la grandeza,
La libertad y las banderas,
Estableció la ópera bufa:
Enajenó los albedríos,
Regaló coronas de César,
Desenvainó la envidia, atrajo
La dictatura de las moscas,
Moscas Trujillo, moscas Tachos,
Moscas Carías, moscas Martínez,
Moscas Ubico, moscas húmedas
De sangre humilde y mermelada,
Moscas borrachas que zumban
Sobre las tumbas populares,
Moscas de circo, sabias moscas
Entendidas en tiranía.
Entre las moscas sanguinarias
La Frutera desembarca
Arrasando el café y las frutas,
En sus barcos que deslizaron
Como bandejas de tesoro
De nuestras tierras sumergidas.
Mientras tanto, por los abismos
Azucarados de los puertos,
Caían indios sepultados
En el vapor de la manaña:
Un cuerpo rueda, una cosa
Sin nombre, un número caído,
Un racimo de fruta muerta
Derramada en el pudridero.
PABLO NERUDA
MASACRE DE LAS BANANERAS
Diciembre 6 de 1928
Sangre en la plantación
La muerte de un número indeterminado de manifestantes en Ciénaga por tropas oficiales se convirtió en un hito de las luchas obreras y un mito para la historia y las letras
colombianas.
**Por Mauricio Archila Neira ***
Hace unos años escribí que tal vez no existe un hecho en la historia del país que sea tan doloroso y al mismo tiempo tan expuesto a los vaivenes de la ficción como lo ocurrido en
Ciénaga, Magdalena, entre el 5 y el 6 de diciembre de 1928. Hoy agregaría que quizá ha sido el evento más disputado en términos de la memoria colectiva, tanto que hoy sigue provocando pasiones en
uno y otro lado del espectro político colombiano.
No acaba de suceder la masacre (así se designa técnicamente a todo acto de liquidación de más de cuatro personas en estado de indefensión) cuando ya se levantaban interpretaciones antagónicas y
era claro que no habría consenso sobre lo que en efecto pasó en aquella aciaga madrugada. Antes de considerar algunos de los argumentos esgrimidos, establezcamos los principales hechos, hasta
donde sea posible.
La empresa norteamericana United Fruit Company (UFC), creada en Boston en 1899, había llegado a la zona bananera del Magdalena a comienzos del siglo XX. La mayoría de los trabajadores de sus
plantaciones eran vinculados indirectamente por medio de contratistas. Por ello nunca se pudo precisar su número exacto, pero se habla de una cifra que oscilaba entre 10.000 y 30.000. El 12 de
noviembre de 1928 uno de los sindicatos que funcionaba en la región lanzó la huelga para presionar la solución de un pliego de nueve puntos. No era el primer conflicto laboral en la zona, pues
desde 1918 se habían presentado ceses de trabajo, pero fueron parciales o de sectores específicos como los ferroviarios o portuarios dependientes de la multinacional.
El pliego de peticiones comenzaba con tres puntos que llamaban al cumplimiento de leyes colombianas sobre el seguro colectivo y obligatorio para los trabajadores, accidentes de trabajo y
habitaciones higiénicas. Luego se exigía aumento salarial del 50 por ciento, cesación de los comisariatos y de préstamos por vales, pago semanal, contratación colectiva y establecimiento de más
hospitales. Aunque sólo se exigía amoldarse a la escasa legislación laboral, la UFC se negó a negociar.
Muerte en Ciénaga
A instancias del general Carlos Cortés Vargas, trasladado a la zona como jefe militar al otro día de iniciada la huelga, la gerencia local de la UFC aceptó a medias los puntos de los vales y del
pago semanal. El resto lo consideró "ilegal" o imposible de conceder. En esas condiciones el clima laboral se deterioró y los trabajadores realizaron mítines permanentes, bloqueos de la vía
ferroviaria y saboteos a las líneas telegráficas. Como el conflicto no se resolvía decidieron concentrarse en Ciénaga, aunque dejaron piquetes de huelguistas por toda la zona.
En la noche del 5 de diciembre corrió el rumor de que el gobernador iría a entrevistarse con los trabajadores para buscar solución al paro, pero nunca llegó. Por su parte el gobierno central
expidió el Decreto Legislativo No. 1 que declaraba el estado de sitio en la zona por turbación del orden público y designaba a Cortés Vargas jefe civil y militar de la misma. Éste, una vez
recibió el esperado decreto se posesionó a la carrera y expidió a las 11 y media de la noche el decreto No. 1 que ordenaba disolver "toda reunión mayor de tres individuos" y amenazaba con
disparar "sobre la multitud si fuera el caso". En consecuencia, a la 1 y media de la madrugada del 6 de diciembre formó a la tropa delante de los concentrados en Ciénaga. Luego de leer los
respectivos decretos y de conminar a la multitud a retirarse, dio un plazo de cinco minutos que prolongó por uno más. Según Cortés Vargas "era menester cumplir la ley, y se cumplió". La masacre
que siguió después es materia de disputa, así como lo que ocurrió en los días posteriores al hecho que prácticamente terminó con la huelga.
En efecto, el general Carlos Cortés Vargas, militar de carrera e historiador por afición, reconoció nueve muertos, ¡el mismo número de los puntos del pliego de petición! Explicó su decisión con
dos argumentos, muy caros al espíritu militar: la preservación de la autoridad en una situación casi insurreccional y la represión de la huelga para anticipar un desembarco norteamericano. El
primero fue, sin duda, el que más invocó tanto en una entrevista publicada pocos días después de la masacre, como en el libro que editaría a mediados de 1929. El segundo, que tuvo cierto
fundamento como veremos luego, surgiría meses después como una disculpa de su decisión. Para el general, la huelga en la zona bananera era un acto subversivo propiciado por agitadores comunistas
y anarquistas. En esto hacía eco del mismo pánico que sus superiores, el ministro de Guerra, Ignacio Rengifo, y el presidente Miguel Abadía Méndez, tenían ante cualquier protesta social. En esa
dirección habían expedido el año anterior la Ley Heroica.
La descripción que hace Cortés Vargas insiste en multitudes que recorrían la zona arrasando con todo y amenazando las vidas de funcionarios colombianos y norteamericanos. Él veía comunistas por
todos lados, tanto que terminó apresando al inspector del trabajo y al alcalde de Ciénaga por connivencia con los huelguistas. Pero lo que más le preocupaba era la eventual confraternización de
las tropas costeñas con los trabajadores. Para salvar el principio de autoridad decidió actuar brutalmente para suprimir la huelga, en lo que fue respaldado por sus superiores.
Otras versiones
Por su parte, activistas sobrevivientes como Alberto Castrillón y Raúl E. Mahecha hablaron de cientos de víctimas desarmadas. También ellos tenían sus intereses en esta denuncia. Es sabido que el
Partido Socialista Revolucionario, en el que militaban los dirigentes de la huelga, se inclinaba por una táctica insurreccional para acceder al poder. La huelga era un paso en esa dirección. Pero
por las descripciones que hicieron otros sobrevivientes, la gente desbordó a sus líderes.
Algunos señalan que Mahecha, oliéndose lo que iba a suceder, intentó en vano disolver la concentración en Ciénaga. Sin duda, hubo actos violentos por parte de los huelguistas como el ocurrido el
6 de diciembre en la vecina Sevilla que dejó un militar muerto y otros tantos civiles. Incluso parece que a lo largo del conflicto algunos de los huelguistas estuvieron armados de machetes y
viejas escopetas. Pero en la noche de la masacre en Ciénaga las balas no salieron de la multitud, como lo reconoció el mismo Cortés Vargas. En forma diciente El Espectador el 12 de diciembre
publicó una larga entrevista con el general bajo el título: 'La primera descarga se hizo sobre una multitud obrera inerme y pacífica'.
A su vez, el joven político Jorge E. Gaitán eludió dar cifras precisas en la denuncia que presentó ante el Congreso meses después, pero acusó a los militares de hacer una acción premeditada en
estado de embriaguez. Igualmente recogió el rumor que circulaba en la región de trenes cargados de muertos que fueron arrojados al mar. Gaitán también tenía intereses políticos, pero sus
denuncias, exageradas en algunos puntos, no se pueden reducir a una simple oposición al gobierno, como perceptivamente le señaló el embajador norteamericano Jefferson Caffery. El punto de vista
de este diplomático es también esclarecedor de las distintas versiones de los hechos. Apoyándose en fuentes de la compañía bananera, el embajador reportó primero 100 muertos, luego habló de una
suma que oscilaba entre 500 y 600 y en un informe al Departamento de Estado de mediados de diciembre dijo que sobrepasaban los ´1.000. Queda la duda de si en efecto hubo tropas extranjeras cerca
de Colombia -como ocurrió en Panamá en 1903-, y no se sabe hasta dónde hubieran llegado los estadounidenses en la defensa de sus 'intereses'.
En todos estos relatos la realidad ha sido moldeada por cada protagonista atendiendo a sus motivaciones. Es una forma de ficción, distinta, eso sí, de la literaria. No es lo mismo hablar de
"masacre" que de "sucesos" de las bananeras, como asépticamente los designó Cortés Vargas. Pero los intereses políticos no han desaparecido con el paso de los años. Aún hay quienes quieren dejar
estos eventos en el cajón del olvido. La masacre de las bananeras no era parte de la llamada 'historia oficial' que nos enseñaron a muchas generaciones de colombianos y que hoy, por fortuna, está
cuestionada.
De no ser por el poder de la imaginación traducido en las caricaturas de Rendón, las denuncias de Gaitán, la escultura de Arenas Betancourt, las novelas de Alvaro Cepeda y de Gabo, los abundantes
recuentos de los historiadores y, sobre todo, el recuerdo de los sobrevivientes, pudo pasar lo que ha ocurrido con otros hechos luctuosos de la historia reciente del país que se hunden en el
manto del olvido y la impunidad. Para encarar cualquier proceso de paz en el país no se puede suprimir la memoria colectiva, comenzando por la masacre que se cometió el 6 de diciembre de 1928 en
Ciénaga contra una "multitud inerme y pacífica".